Decía Sandro Pertini: “De los fumadores podemos aprender la tolerancia. Todavía no conozco uno sólo que se haya quejado de los no fumadores”. Hoy no te quiero hablar del tabaco, sino de quienes se quejan, de quienes lo hacen por sistema. Y de la importancia de mantener una actitud bien diferente ante la vida. Hay un refrán que señala que el que se queja… sus males aleja. ¿Es ello cierto? No necesariamente: Es más, la queja habitual más que alejar nuestros males lo que hace es ahuyentar a las personas con las que nos relacionamos. A nadie le resulta atractivo tener cerca a quienes van por la vida que parecen “la campana de la agonía”. Además, la queja permanente es dañina para quien la practica. Es autodestructiva. No te la recomiendo.
Entonces, cuando algo no te gusta, ¿no cabe que te quejes? Desde luego que sí. Es más, a veces no sólo es importante sino necesario. Por cierto, también es bueno que cuando algo te agrade lo digas. Soy claro partidario de llevar a cabo un análisis crítico de la realidad que nos rodea (también de la propia, haciendo autocrítica). Ello para valorar lo que hay; no sólo lo que no hay. Desde una actitud positiva: ¡mira el vaso medio lleno! Eso sí, y además ocúpate de lo que queda por llenar. Esto también es importante. Lo que no cabe es quedarse en la queja sistemática y estéril; en la protesta pasiva. Daríamos la razón a quienes dicen que hay personas que prefieren recrearse en lamentar su triste fortuna a proponerse cambiarla. Hugo Ojetti, compatriota de Pertini, señala que quejarse es el pasatiempo de los incapaces… Derecho de propuesta y derecho de protesta Siempre he creído que el primero es prioritario y el segundo subsidiario. Por eso, frente a una actitud huraña, pasiva y derrotista, te propongo adoptar otra bien diversa: ¡planta al mal tiempo buena cara! Y hazlo con iniciativa. Se trata de impulsar aquello que queremos, más que atacar -o quejarnos- de lo que nos desagrada. Cuestión de actitud Más allá de las circunstancias –a veces imponderables- somos dueños de nuestra actitud. Y es ésta la que debe ayudarnos a afrontar nuestros problemas: si quieres que algo cambie, ayuda a que ello ocurra, comprométete, actúa.
Quizá has oído la historia de Lucas, un empresario que siempre estaba de buen humor y siempre tenía algo positivo que decir. Su amigo Javier, admirado, un día le preguntó: “¿Cómo consigues mantener esa actitud todo el tiempo?”. Lucas respondió: “Cada mañana me digo a mí mismo: Lucas, tienes dos opciones hoy: puedes escoger estar de buen humor o estar de mal humor. Escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre quejarme o aprender de ello. Escojo aprender de ello. Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo el lado positivo de la vida”. “Sí, claro, pero no es tan fácil”, respondió Javier. “Sí lo es”, dijo Lucas. “Todo en la vida tiene que ver con lo que elijas. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tú eliges cómo reaccionas ante cada situación, tú eliges cómo la gente puede influir en tu estado de ánimo, tú eliges estar de buen o mal humor. En resumen, tú eliges cómo vivir la vida”. Javier se quedó pensativo…
Pasó el tiempo y, por razones profesionales, uno y otro perdieron contacto, aunque Javier siempre se acordaba de Lucas cuando tenía que hacer una elección en la vida, en vez de reaccionar contra ella. Transcurridos varios años, Javier se enteró de que hacía algún tiempo Lucas había sido víctima de atraco en su empresa. En un momento dado, los asaltantes se pusieron muy nerviosos, le descerrajaron varios tiros a aquél y huyeron dejándolo muy gravemente herido. Tras nueve horas de cirugía y semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos, Lucas fue dado de alta. Llegó un día, después del asalto, en que ambos amigos se reencontraron. Javier preguntó a Lucas qué pasó por su mente en el momento del atraco y éste le dijo: “Lo primero que pensé fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás del negocio. Cuando ya había sido tiroteado, en el suelo, recordé que tenía dos opciones: Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir”. “¿No sentiste miedo?”, preguntó Javier. Lucas respondió: “Los sanitarios fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron a quirófano y vi las caras de médicos y enfermeras… realmente me asusté. Podía leer en sus ojos: ‘Es hombre muerto’. Supe entonces que debía tomar una decisión”. “¿Qué hiciste?”, le planteó Javier. “Bueno, uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grité: ¡Sí, a las balas! Mientras reían, les dije: estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto”. Lucas vivió por el buen hacer de los médicos, pero no en menor medida por su asombrosa actitud. Cada día tenemos la elección de vivir plenamente: la actitud, al final, lo es todo. Ya lo decía el inglés William. G. Ward: “El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”. Así que, ya sabes: ajusta las velas. Y, si no, ¡no te quejes!