Te lo he comentado ya alguna vez: ‘sentirte bien en tu propia piel’, que dirían los franceses, es una cuestión esencial. Gozar de suficiente autoestima es tan necesario para vivir como el oxígeno: aceptarse, sonreírse ‘en el espejo’: quererse. No siempre pasa. Hay quien, desgraciadamente, no cumple el ‘amarás al prójimo como a ti mismo’. Se vuelca, sí, en el vecino, pero… se olvida de la parte final: del ‘como a ti mismo’. Personas que se hacen daño, sufren, por falta de propia estima, indebida e injustamente. No sé por qué, pero me viene a la memoria -si te sirve alguna vez como analgésico- este proverbio chino: no siempre puedes evitar que los pájaros de la tristeza vuelen sobre tu cabeza; pero sí puedes impedir que hagan su nido en tu cabellera. Hoy escribo este post pensando en los chavales que estudian; quizás en un hijo tuyo: en adolescentes y jóvenes que se forman para forjarse un futuro. En mi experiencia personal y profesional me he topado en más de una ocasión con chicos que habían interiorizado que no servían para nada. Error. Y ¡horror! Porque, aunque ninguno servimos para todo, todos -lo subrayo- todos somos buenos para algo. Y, mejor aún, para alguien. Tenlo y déjalo siempre claro. Y ayuda a descubrirlo; o a subrayarlo. Afirmaba Buda: ‘El don más grande hacia otros no es compartir nuestra riqueza, sino hacerles descubrir la suya’.
Es verdad que hay quien no lo practica. Peor: como sentenciaba Einstein, hay quien juzga a un pez por su habilidad para trepar a los árboles: el afectado vivirá toda su vida creyendo que es estúpido. Y estamos perdidos… También lo está -por cierto- ese ‘juez’ con tan poco juicio… Más de una vez te he comentado que hay gente muy lista para hacer logaritmos y muy tonta para hacer los recados. O viceversa. Y nadie es, por ello, mejor que nadie. Siempre pienso en cómo se utilizan los talentos… más que en cuántos se tienen. ¿Recuerdas esto? Los logaritmos, las matemáticas, son, sí, importantes (y está bien dominarlas). Sin ir más lejos, en mi casa comíamos gracias a ellas (mi padre, con cinco hijos, tenía que hacer muchos números para sacarnos adelante… y, pluriempleado, impartía clases de esa materia en un centro de FP). Pero, sin restar un ápice a la importancia de las matemáticas, o de cualquier otra asignatura, siempre me viene a la cabeza este diálogo entre un padre y un profe: -Maestro, tengo un problema con mi chaval. Me trajo las notas: muy altas en dibujo… pero bastante bajas en matemáticas. -Y ¿qué harás?, dijo el profesor. -Le voy a poner, ya, a recibir clases particulares de matemáticas. -Ponlo más bien, de inmediato, a recibir clases adicionales de dibujo. Alcanzará su verdadera excelencia. Todos servimos para algo, pero no todos servimos para lo mismo. Por cierto: aquello que se nos da bien es -qué casualidad- lo que nos suele gustar. A veces… hasta apasionarnos.
No sé si has leído ‘El elemento’ de Ken Robinson. Su subtítulo deja claro de qué va. Y ¿qué señala aquel? Algo aparentemente sencillo: ‘Cómo descubrir tu pasión lo cambia todo’. Nos pasamos media vida trabajando. Y conviene aquí recordar a Confucio: ‘Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida’. Tampoco es eso, pero ya me entiendes (o, mejor dicho, ya le entiendes a Confucio). Hacia ello debemos intentar orientar a nuestros chicos. Que a veces están bastante perdidos… A la pasión por lo que haces, obviamente, hay que añadirle facultades, habilidades, aptitudes para hacerlo (tengo un amigo que siempre me recuerda mis genialidades futbolísticas infantiles; y lo bien que barría el patio cada vez que, arrastrado, peleaba un balón; digamos que era ‘ambitorpe’; no he mejorado).
No basta solo con que algo te guste… pero ¡sí es un primer paso! Y, por otra parte, si eso que te entusiasma, lo cultivas, lo logras hacer muy bien… y te conduce a un empleo, jugada redonda. Continuaré hablándote de esto en un próximo post: ‘Pasión, capacidad y empleabilidad: 3 pilares para un buen futuro’. Me comprometo a escribirlo.
Del blog de @José Iribas «Dame tres minutos»