En mi anterior entrada del blog te hablaba de perseverancia. Comenzaba citando a Churchill cuando nos decía eso tan cierto de que el éxito no es definitivo, ni el fracaso fatídico y subrayaba como esencial el valor para continuar. Naturalmente, este tiene mérito ante la adversidad. Lo de continuar ante lo cómodo o agradable… lo hacemos cualquiera.
La vida es una carrera de obstáculos -lo sabes bien- y es esencial la actitud con la que los afrontemos: A veces aparece un “fracaso” y duele. Y es normal. Aunque deberíamos valorar el gran valor “pedagógico” que puede tener. Es en estas ocasiones donde de verdad aprendemos. Y hay que mantener un espíritu positivo. Observa la actitud de Edison cuando respondía a alguien que le recordaba, ante una de sus invenciones, sus casi mil intentos fallidos: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”. En mi última entrada te ofrecía un vídeo de una corredora que cae, se levanta… y acaba venciendo: consigue llegar la primera a la meta; magullada pero la primera. Hoy te ofrezco otro ejemplo de victoria, esta vez frente a uno mismo y sus circunstancias: es la del atleta olímpico Derek Redmond, que no cruza la línea de llegada el primero… pero alcanza la meta. No gana, pero persevera y sí que triunfa. Por cierto, muchos sabemos hoy de él y apenas nadie recordamos quién venció ese día en esa competición de Barcelona’92.
Es la suerte del infortunio. El vídeo nos aporta otra gran lección: lo mucho que vale y ayuda -como en los estudios, como en la vida- el apoyo de los demás: de un padre, de una madre, de un maestro, de una amiga… Nuestra sociedad necesita, sí, “corredores” resilientes para ser mejor. Pero precisa, además, de quienes les motivan, les entrenan, les acompañan. Por todo ello, cuando hablamos del mérito propio no debemos olvidar que éste siempre lo es, también, de alguien más. Mira esta carta del escritor y Nobel Albert Camus. ¡Cuánto debemos a quienes nos enseñan, entrenan, ayudan! ¡Cuánto a quienes lo hicieron, a quienes se volcaron en este servicio a la sociedad! A personas, a profesionales, a veces anónimos pero muy valiosos, tan notables por su callada entrega como por su buen hacer.
He comenzado citando a Churchill y concluyo con él: “El problema de nuestra época -decía- consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes”. Sin embargo, ¡qué valiosos, qué relevantes son quienes sirven a los demás! Aunque les importe un rábano salir o no en los telediarios.